La censura existe desde los inicios de la cultura escrita. Por motivos ideológicos, políticos o religiosos, todas las sociedades han tenido la tentación de imponer la uniformidad de creencias y pensamientos mediante supresiones y expurgos. Sin embargo, es a partir del nacimiento de la imprenta cuando adquiere un papel relevante. Las autoridades civiles y eclesiásticas, conscientes del poder de los libros en la propagación de nuevas ideas, ejercerán un control más severo y establecerán normas sobre su producción y distribución.
En España, la normativa sobre producción libresca se inicia con la Pragmática de 1502 promulgada por los Reyes Católicos, un marco jurídico que se extenderá en los siglos siguientes con diversas disposiciones destinadas a implantar tasas, establecer derechos de impresión e impedir la propagación de textos subversivos antes de su impresión.
A su vez, el Tribunal de la Inquisición ejercerá su papel de institución censora de los textos impresos a través de la publicación de los Índices de libros prohibidos y expurgados –un total de doce entre los años 1551 y 1858– que funcionará independientemente de los índices romanos. Asistido por una red de inquisidores, revisores y correctores, se encargará de determinar las obras que deben ser retiradas de las bibliotecas para ser quemadas, así como de realizar las correspondientes mutilaciones en las obras sometidas a expurgo. Todos ellos contienen al inicio las “Reglas, mandatos y advertencias generales”. A pesar de todo el aparato censor desplegado, fueron numerosos los casos en que los textos consiguieron escapar de su control.
En los libros censurados podemos encontrar ejemplos de las mayores atrocidades cometidas contra la cultura escrita: tachaduras con tintas corrosivas, cortes de párrafos, cuadernillos arrancados, quemaduras, páginas tapadas con papeles superpuestos, e incluso obras claveteadas para impedir pasar las páginas, fueron las principales técnicas que se aplicaron, todas ellas representadas en los esclarecedores testimonios que integran este apartado de la exposición. Se acompañan de diversas muestras de anotaciones preliminares, en las que censores y correctores hacían constar al lector que determinado autor era sospechoso de herejía, auctor damnatus, o que la obra había sido expurgada por el Santo Oficio conforme a determinado Índice.
Las obras seleccionadas corresponden en su mayoría a ediciones de los siglos XV y XVI expurgadas por motivos religiosos, aunque también hay obras de fechas posteriores, hasta mediados del siglo XX, censuradas por motivos políticos o de otra índole. Estos ejemplos permiten apreciar de primera mano los efectos de la labor censora y reflexionar sobre una práctica que, además de lesionar la integridad de los libros, alteró textos, silenció autores y obras, logró manipular pensamientos y tuvo una repercusión evidente en la producción científica e intelectual.