Con el título de Mala praxis, esta sección se ocupa de los libros malheridos por aquellas personas cercanas a ellos que, en principio, o los quieren o al menos se esperaría de ellos que los quisieran: especialistas y técnicos que tenían que mimarlos y no supieron, bibliotecarios e investigadores descuidados y, en el peor de los casos, personas que se aprovecharon de que la biblioteca confiaba en ellos y les franqueaba sus puertas.
Por eso, en muchas ocasiones son daños infligidos sin mala voluntad, debidos a falta de profesionalidad, desidia o despiste, o bien porque en la época en que aconteció el desastre aún no estaban consolidados los criterios de manipulación correcta y conservación.
Pero en otras ocasiones el daño ha sido intencionado: un vandalismo ejercido por personas con acceso al libro, conscientes de lo que estaban haciendo, y que consideraron, o bien que nadie se daría cuenta, o bien que tenían todo el derecho a profanarlo, porque solo ellos lo “valoraban”; o sencillamente porque esperaban mercadear con el producto de su barbarie.
En definitiva, la Mala praxis suele deberse a la desafortunada intervención de bibliotecarios, de técnicos durante la digitalización o la preparación de exposiciones, de encuadernadores-restauradores y de usuarios o investigadores.
Encontraremos aquí, por ejemplo, recortes de época antigua en que alguien seccionó miniaturas de un manuscrito medieval; mutilaciones intensivas; casos actuales en que un usuario arranca el código de barras pensando que así puede robar el libro sin que el antihurto lo detecte; manipulaciones de sesudos bibliotecarios pero imprudentes y descuidados; anotaciones y dibujos “simpáticos” de lectores; y, en fin, restauraciones delirantes.